
Nueve y cuarto de la noche. El corazón se acelera, parece que se va a salir del pecho, las piernas me tiemblan. No es una película de terror, ojalá...Es que todavía no he hecho la biografía de Lengua...
¿Que por qué no la he hecho? Porque cuando la profesora mandó ese ejercicio el viernes 10 de octubre yo no estuve porque tenía que acudir a un invitable, pero importante, viaje: tenía que jugar con mi equipo un partido de liga y, como vivo lejos del instituto, no me daba tiempo a ir a clase y a llegar a comer.
Pero no siempre he practicado el baloncesto. En mi autobiografía hay que escribir que antes practicaba el fútbol, aunque se me daba mal, remal, requetemal. Quizá por eso me cambié de deporte. Yo jugaba, por aquel entonces, de portero y, posiblemente, no se me diera tan mal, pero aún así, tampoco era una estrella. Era un niño de nueve años recibiendo pelotazos por todos lados.
Antes de esos deportes practiqué otros como la natación y el tenis. En la natación era un desastre, pues lo mínimo que tiene que hacer un nadador es no ahogarse y ese mínimo yo no lo cumplía. Respecto al tenis, me iba algo mejor, de hecho creo que llegué a ser bueno, pero me apasionó el fútbol y lo dejé. Mi padre, de vez en cuando, me dice que si hubiera seguido con el tenis, habría sido muy bueno, aunque eso no sé si es verdad.
Antes de eso no hay mucho más que contar de mi vida deportiva o extraescolar, así que comencemos por mi vida escolar, aunque tampoco es que fuese brillante, de hecho, casi hago ingresar a un profesor en un manicomio, y no exagero...En cambio, ahora si me ve por la calle, me detiene para poder hablar conmigo. Supongo que es porque al final me cogió cariño, pero...¿quién me dice que no sea porque estaba tan harto de mí que le gusta regodearse de que no me tiene que dar clase más? Eso nunca lo sabré, y por eso no me paro a pensarlo.
Las clases para mí eran como un mundo nuevo cada día; de hecho, ahora hasta las añoro: no hacer nada, tener a un profesor delante que te explica cosas y se cree que le estás escuchando, pero no le escuchas...
Otro mundo era el recreo, divertidísimo. Jugábamos y jugábamos sin parar. Por aquel entonces jugábamos a un juego llamado "mierda", sí, se llamaba así.
En el colegio también participé en una obra de teatro, y era muy entretenido, aunque uno era muy pequeño, y con el afán de impresionar a las chicas (aunque no les gustase), se hacía el duro diciendo que para él no era importante esa obra, aunque en casa me pasaba horas ensayando y estudiando el diálogo. Yo hacía el papel de chino, y desde entonces mucha gente me llama "el chico". ¡Cosas que pasan!.
En el colegio también hice muchos amigos, y recuerdo estar con ellos en el patio jugando al fútbol con un bote de Actimel.
Aunque mucho tiempo atrás, también recuerdo algo muy bonito: a mi abuelo recogiéndome a la salida del colegio. Ése, sin duda, era el mejor momento del día, y, probablemente, el mejor de mi vida.
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